La Jornada Única: Una promesa vacía que recae sobre los hombros de los docentes
- Elkin Pelaez

- 13 jul
- 2 Min. de lectura
El principal malestar docente no radica en el concepto de ampliar el tiempo escolar, sino en la improvisación.

La Jornada Única en Colombia fue presentada por el Ministerio de Educación como una apuesta transformadora que garantizaría una educación de calidad, equidad y permanencia escolar. Sin embargo, una década después de su lanzamiento, esta política pública sigue siendo una ilusión a medias. A pesar del discurso oficial que la promueve como una herramienta para cerrar brechas, los datos muestran que menos del 80% de los estudiantes en colegios públicos acceden a ella, y aún más preocupante: los docentes, verdaderos protagonistas del sistema educativo, se sienten desbordados, invisibilizados y profundamente inconformes.
El principal malestar docente no radica en el concepto de ampliar el tiempo escolar, sino en la improvisación con la que se ha implementado. Muchos maestros denuncian la falta de infraestructura adecuada, ausencia de recursos pedagógicos y un aumento de carga laboral sin una compensación justa.
En lugar de fortalecer la planta docente, se ha optado por estirar al máximo las capacidades de los ya sobrecargados educadores. El Estado ha delegado una responsabilidad monumental sin brindar las condiciones mínimas para cumplirla. ¿Puede hablarse de calidad cuando un docente debe atender más horas, más estudiantes y con menos apoyo?

A esto se suma un modelo que parece diseñado desde escritorios desconectados de la realidad escolar. La jornada única exige una permanencia prolongada en instituciones que, en muchos casos, no tienen comedor escolar, baños suficientes ni espacios dignos para el descanso o el desarrollo integral. Se ha caído en el error de asumir que más horas en el aula equivalen automáticamente a mejor educación, sin entender que la calidad no se mide por el reloj, sino por las condiciones en las que ocurre el proceso pedagógico. La mirada tecnocrática ha ignorado la dimensión humana del acto educativo.
Los maestros, lejos de ser escuchados, han sido señalados como obstáculos para la implementación. Pero su resistencia no es caprichosa, sino producto del desgaste físico y emocional que conlleva trabajar en contextos adversos, con salarios estancados y políticas impuestas desde arriba. Se les exige más tiempo, más resultados y más compromiso, mientras se les niega voz en las decisiones y se ignora su experticia. Este modelo vertical y autoritario ha generado una creciente desmotivación que amenaza con desestabilizar aún más el frágil sistema educativo colombiano.
La Jornada Única no necesita más publicidad, sino una revisión profunda y participativa. Si el gobierno quiere transformar la educación, debe comenzar por dignificar a los maestros, garantizar condiciones reales para la enseñanza y escuchar a quienes viven a diario la escuela desde adentro. De lo contrario, seguirá siendo una promesa vacía que carga con el peso del fracaso sobre los hombros de quienes menos deberían asumirlo: los educadores.
Profes al aula. Diversas fuentes.







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