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¡La brecha entre educación y empresa es cada dia más grande!

Una alianza urgente que se requiere para preparar el futuro

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En un mundo donde la innovación marca el ritmo del desarrollo económico, la desconexión entre lo que se enseña en las aulas y lo que exigen las empresas del siglo XXI se ha convertido en un problema estructural. Mientras el mercado laboral se transforma a velocidades vertiginosas, buena parte de los sistemas educativos —particularmente en América Latina— siguen anclados en paradigmas del siglo pasado. Esto plantea una pregunta urgente: ¿estamos preparando realmente a las nuevas generaciones para los desafíos y demandas del mundo productivo actual?


Desde el Ministerio de Educación Nacional de Colombia se han hecho esfuerzos por incorporar competencias laborales y habilidades transversales en la formación media y superior. Sin embargo, estas iniciativas siguen siendo aisladas frente a una realidad contundente: las empresas de hoy demandan talento con pensamiento crítico, habilidades digitales, trabajo colaborativo, liderazgo adaptable y espíritu emprendedor. Y esas habilidades, en gran parte, no se están formando de manera sistemática en las escuelas y universidades.

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Como lo plantea el pensador Juan Carlos Casco, la educación ya no puede verse solo como un sistema que forma personas para insertarse en empleos tradicionales. Hoy, la educación es en sí misma un nuevo sector económico, capaz de crear nuevas industrias, empleos y modelos de desarrollo. Esto implica repensar la escuela como un laboratorio de innovación, donde los estudiantes no solo memorizan contenidos, sino que aprenden a resolver problemas reales, conectándose con el entorno productivo desde etapas tempranas.


Existen múltiples razones para fomentar una conexión activa entre escuelas y empresas. En primer lugar, porque permite alinear los currículos con las habilidades que requiere el mercado. En segundo, porque genera sentido de propósito en los estudiantes al aplicar su aprendizaje en contextos reales. Y en tercero, porque potencia el desarrollo territorial: cuando la educación se articula con el tejido empresarial local, se fortalecen los ecosistemas de innovación y empleo en cada región. No se trata de convertir la educación en un brazo de las empresas, sino de construir alianzas estratégicas para formar ciudadanos productivos, éticos y creativos.


En conclusión, educar sin escuchar a las empresas es educar a ciegas. El diálogo entre el sistema educativo y el sector productivo debe dejar de ser una aspiración para convertirse en una política de Estado. Es hora de superar la vieja dicotomía entre academia y trabajo, y construir una nueva narrativa donde la educación sea el motor que impulse el talento, el emprendimiento y la transformación económica. Solo así podremos cerrar la brecha entre lo que somos y lo que el mundo necesita que seamos.


Viaja.

 
 
 

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