El experimento social educativo que revolucionó la pedagogía
El día después de la muerte de Martin Luther King, la profesora Jane Elliot realizó el experimento conocido como “Ojos azules vs. ojos marrones” en una clase de primaria de una pequeña población de Iowa. Años más tarde, ese famoso experimento fue popularizado por el documental “Una clase dividida” (ver video 1) en el que se muestra cómo los niños considerados inferiores actuaban según las expectativas de la profesora y qué tensiones se generaban por los prejuicios contraídos. Un ejemplo clarificador que demuestra cómo pueden verse afectados el comportamiento y la autoestima de una persona con la información que recibe sobre su conducta y la forma de ser tratada.
Aunque el experimento de Elliot trata sobre la intolerancia y tiene como objetivo concienciar a las personas (niños y adultos, como se observa en el video) sobre los efectos devastadores de la discriminación (contenido social imprescindible) a nosotros nos sirve de referencia para analizar el proceso de interacción entre el profesor y el alumno, en concreto cómo las creencias previas y las expectativas del docente afectan al desarrollo académico y personal del estudiante.
Efecto Pigmalión en el aula
El efecto Pigmalión aplicado al entorno escolar hace referencia a cómo las expectativas del profesor sobre el alumno pueden condicionar su comportamiento hacia él y afectar a su evolución académica.
En un experimento clásico muy conocido1, Robert Rosenthal y Lenore Jacobson seleccionaron al azar estudiantes en una escuela de primaria, después de realizarles una serie de tests de inteligencia. Sin embargo, indicaron a sus profesores que, debido a las altas capacidades de los alumnos elegidos, tendrían grandes mejoras académicas durante el curso. El análisis de los resultados académicos y las mediciones de los tests realizados ocho meses después, demostró que el rendimiento de los alumnos elegidos durante el curso mejoró considerablemente. En el aula se dio lo que se conoce en psicología como profecía autocumplida, es decir, las creencias del profesor acerca de las capacidades de sus alumnos originaron conductas que el mismo profesor esperaba. No sólo las expectativas positivas o negativas del docente pueden afectar al comportamiento del alumno (como vemos en el experimento de Elliot) sino que, además, pueden afectar al nivel intelectual del mismo.
El propio Rosenthal considera cuatro factores determinantes que permiten explicar cómo las expectativas del profesor pueden transmitirse a los alumnos de los que se espera más:
1) Se genera un clima emocional más cercano. Esto principalmente se debe a la utilización de un lenguaje no verbal inconsciente que permite transmitir las emociones a través de gestos, expresiones faciales, tono de voz, miradas, sonrisas, Esta comunicación no verbal constituye un complemento imprescindible del lenguaje verbal oral y permite al alumno captar y reaccionar ante los mensajes transmitidos por el profesor.
2) Se enseña más materia. Las expectativas creadas en la capacidad del alumno hacen que el profesor se esfuerce más para explicar nuevos contenidos académicos y sea más exigente con el alumno del que espera más. Esto no ocurre con los alumnos que el profesor cree que son menos inteligentes.
3) Se les pregunta más. El profesor confía más en las respuestas de estos alumnos, por lo que se les pregunta más y con mayor grado de dificultad. Les ayuda más en las respuestas al sugerirles alternativas, les interrumpe menos, les da más oportunidades de respuesta y más tiempo para responder.
4) Se les elogia más. Cuanto más se cree en el niño más se le alaba para que pueda obtener el mejor resultado. Si el profesor no cree en la capacidad del alumno puede aceptar una respuesta incorrecta o incompleta.
En un claustro de profesores se resaltan aspectos personales y académicos (mayoritariamente negativos) que caracterizan a cada uno de los alumnos de un grupo. El objetivo es “orientar” a los profesores que tendrán estos alumnos en el nuevo curso. Una forma de etiquetar a estos alumnos que condicionará sobremanera a los docentes en su forma de actuar y que no considera la posibilidad de que el alumno pueda cambiar y mejorar. Un ejemplo claro de “Pigmalión negativo” sin utilidad práctica.
En estudios longitudinales recientes, los investigadores Robert Pianta y Bridgett Hamre han analizado cómo influyen las relaciones tempranas entre el profesor y el alumno en la evolución escolar de este último. En uno de estos estudios2 siguieron a 179 niños desde el jardín de infancia (4-6 años) hasta secundaria (12-14 años) y observaron que la calidad de la relación entre el profesor y el alumno en las etapas iniciales de la enseñanza predecía resultados académicos y conductuales posteriores en la adolescencia. Esto sugiere la necesidad de aplicar intervenciones preventivas tempranas en alumnos que manifiestan problemas conductuales durante los primeros años de la escolarización.
Induciendo expectativas de éxito
Los alumnos están condicionados por su propia historia personal y la percepción de la propia valía es imprescindible para alcanzar los objetivos planteados, por ello el profesor ha de saber inducir expectativas de éxito en todos sus alumnos. Especialmente importante es la fase inicial del curso en la que el docente transmite los objetivos que pretende alcanzar. Comparemos dos versiones diferentes correspondientes al inicio de un curso académico:
Un caso real
1. “Este año os espera una asignatura muy difícil de aprobar. Aquel que no tenga una base sólida de conocimientos adquiridos se puede ya despedir”
2. “Este año os espera un curso lleno de retos que todos podréis superar aportando todo lo que sabéis y todo lo que aprenderéis”
El mensaje transmitido en el primer caso es que sólo el alumno que tenga capacidad podrá obtener resultados académicos satisfactorios. No hay margen para la mejora a través del esfuerzo y el alumno que tenga malas experiencias pasadas rápidamente se desmoralizará y desconectará del resto del grupo.
En el segundo caso se acepta que el alumno sabe y que lo que sabe es importante y, a partir de este conocimiento, se generará el nuevo aprendizaje. Se transmite un mensaje de esperanza y el alumno entenderá que aportando la mejor versión de sí mismo podrá obtener resultados satisfactorios. Y no todo se restringe a lo académico.
La difusión clara de los objetivos es imprescindible para que el alumno sepa qué se le va a exigir. Además, es conveniente que la evaluación de estos objetivos no se limite únicamente al nivel de conocimientos adquiridos, sino que también se deberían considerar otros objetivos relacionados con el esfuerzo individual o la contribución a la convivencia que facilitaran la adquisición de una serie de competencias útiles para la consecución del éxito académico. Como comentamos continuamente, un aprendizaje para la vida.
El aprendizaje es un proceso activo en el que el cerebro cambia continuamente. Debido a la singularidad que constituye este proceso, la atención a la diversidad requiere flexibilidad y, además, el profesor ha de esperar siempre algo del alumno.
La forma que permite que los alumnos quieran participar en el proceso de aprendizaje pasa por mejorar su motivación intrínseca.4 Si la materia estudiada suscita el interés del alumno todo el proceso se verá facilitado, aunque se ha de asumir que no siempre podemos esperar estar motivados para realizar las tareas. En ese caso hay que echar mano de la voluntad y del sentido de responsabilidad que sabemos que no son innatos y pueden aprenderse. Otra razón más para no restringirse a la enseñanza de contenidos puramente académicos.
El profesor ha de fomentar la participación del alumnado. Cuando el alumno interviene directamente en el proceso de aprendizaje asume un sentido de pertenencia que facilita su progreso. En referencia a esto, el reconocido psicopedagogo Juan Vaello explica: “El profesor no debe tener prisa y debe romper el guión cuando sea preciso, sin cortar preguntas e intervenciones espontáneas de los alumnos […] Ha de respetar todas las intervenciones, resaltando los aspectos positivos de las mismas aunque sean incompletas”.5
Un caso real
Comparemos dos formas diferentes de fomentar la curiosidad y la participación del alumnado en la clase:
1. “No se hacen preguntas y punto”. Es la respuesta dada por una profesora de bachillerato a una compañera que se sentía aturdida porque sus alumnos hacían muchas preguntas.
2. “Cada vez que los alumnos me hacen una pregunta les digo que es una excelente pregunta. Lo último que quieren es que se sientan estúpidos y tú muy listo” 6 dice Walter Lewin, prestigioso astrofísico que ha impartido docencia en el MIT durante más de cuarenta años.
Potenciando la autoestima
La idea que tenemos sobre nuestra capacidad para afrontar una tarea o un problema influye de forma decisiva en nuestro comportamiento. La autoestima académica constituye la percepción y valoración que hace el alumno de sí mismo asociada al entorno escolar. Si conseguimos potenciarla obtenemos una forma de motivación que mantiene una relación directa con el éxito académico, es duradera e independiente del profesor.
El docente debe contribuir a que los alumnos tengan autoconceptos positivos, pero, para poder infundirlos, ha de fortalecer su propia autoestima. Hemos de predicar con el ejemplo. Cuando uno se siente satisfecho y alegre es más fácil hacer las cosas.
A continuación, enumeramos algunos factores críticos que el profesor ha de considerar para potenciar la autoestima de sus alumnos:
1) Asumir que todos tenemos capacidades.
2) Adaptar las tareas a las posibilidades del alumno.
3) Fomentar la participación.
4) Reconocer el esfuerzo realizado (el éxito se debe al esfuerzo no a la capacidad).
5) Enseñar que el error forma parte del proceso de aprendizaje.
6) Centrarse en las fortalezas del alumno no en sus carencias.
7) Adoptar una perspectiva optimista y un estilo más positivo (ya sabemos que nuestras creencias condicionan nuestros comportamientos).
Si no se facilitan expectativas de logro y el alumno atribuye su éxito académico a acontecimientos que no puede controlar, ya sean externos (“el profesor me odia”) o internos (“yo no valgo para las matemáticas”), se puede provocar indefensión aprendida7 (ver video 2), sobre todo si la autoestima es baja. Esta situación conlleva apatía casi total y una pasividad permanente. Curiosamente, la mayoría de de decisiones en el ámbito escolar relacionadas con el aprendizaje están fuera del control del alumno.
El profesor realiza una actividad en la que pide a sus alumnos que expresen en un anuncio publicitario anónimo cuáles son sus mejores cualidades y habilidades, con la pretensión de vender el propio producto (los posibles compradores son el resto de compañeros). Los alumnos leen en público los anuncios, los comentan y justifican sus preferencias de compra, pudiéndose establecer una relación de las preferencias del colectivo. Esta es una actividad que fomenta el trabajo cooperativo y potencia la autoestima.
Fuente: Escuela con cerebro. https://escuelaconcerebro.wordpress.com/2012/11/11/efecto-pigmalion-el-profesor-es-el-instrumento-didactico-mas-potente/
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